Cuando todo vale: ya ni un vaso de agua es gratis

Europa, Europa, la vieja Europa. Cuánto te echo de menos a veces. A lo mejor es que me mal acostumbraste, o quizás que llevo tanto tiempo viviendo lejos de ti, que lo que añoro es una época que ya no existe, y tú también has cambiado.

En tu suelo nunca hubiese imaginado que alguien me niegue un vaso de agua. Ni siquiera en los restaurantes o lugares comerciales que la venden. Simplemente pedías: un vaso de agua del grifo, por favor. Y te daban el agua, gratis, sí.

Pero el capitalismo no perdona, incluso a los sedientos. Mientras escribo estas palabras sobrevuelo territorio estadounidense en una compañía aérea “low cost” o de bajo costo. Y me acaban de pedir $3 por un vaso de agua. Me negué, no porque no pueda pagar, sino por principio. Y la verdad es que me muero de sed. Solo el hecho de pensar que no puedo beber hace que mis labios se sequen rápidamente y una sensación de malestar se apodere de mi. No puedo parar de pensar lo injusto que se está volviendo el mundo.

Detrás de mi, en una fila de tres asientos, viajan una mujer obesa, un hombre que podría ser un soldado, por su fuerte complexión usual porte militar, y, medio aplastado, con los brazos recogidos entre las piernas, un hombre menudo, que parece que es el que más sufre por la falta de espacio.

Los ronquidos de la mujer al inspirar se mezclan con un sonido profundo y ahogado al exhalar, como los de un buceador tratando de expulsar el agua de su tubo de esnorquel. Y frente a mi, una mujer rubia masca chicle que una energía que parece que, si no baja el ritmo, su mandíbula se desencajará.

Ante tal panorama las ganas de beber menguan. Sobre todo cuando pienso en que mi compañero de asiento, un tipo alto, fuerte y con cuerpo atlético lleva una máscara de hospital para respirar: siempre me pregunto si las personas con este artilugio se protegen de los gérmenes o lo usan para evitar contagiar a los otros.

Trato de dormirme para evitar pensar en la sed y en en panorama que me rodea. En el preciso instante que cierro los ojos, un niño, no sé dónde está sentado pero es indiferente ya que su capacidad pulmonar lo hace omnipresente, comienza a chillar. Y la azafata determina que es el mejor momento para tratar de que la gente solicite una tarjeta de crédito y comienza a narrar todas las ventajas que tiene la fabulosa tarjeta. No habla de las deudas pero repite el mensaje en numerosas ocasiones mientras sus compañeros pasean entre los asientos con sus mejores sonrisas y los formularios de inscripción.

En realidad no me puedo quejar, he tenido viajes mucho peores. Pero el tema del agua me parece inaceptable. Es una servicio básico, estoy en un avión, pagué más de $300 por un vuelo de menos de dos horas y sin derecho a maleta (cobran por cada una).

Me pregunto, ¿también le cobrarán por el agua a las personas mayores? ¿A los enfermos? ¿A los niños?

Cada día estoy más sorprendido lo rápido que nos estamos deshumanizando. Ya casi estamos aterrizando y aún siguen las azafatas llenando formularios para las tarjetas de crédito. La señora sigue roncando y la del chicle se fue.

Pronto regresaré a Europa de vacaciones. Espero que aún pueda pedir un vaso de agua gratis.

*ya casi estamos aterrizando y hay una emergencia médica a bordo. La azafata pregunta si hay un doctor en el avión. La persona que necesita asistencia está sentada en la parte trasera de la aeronave y casi todos los pasajeros estiran el cuello, como avestruces, para ver qué está sucediendo (me incluyo).

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